04/20/2016
Con frecuencia me encuentro con personas que consideran que necesitan ayuda de un profesional en salud mental, pero que no saben si deben acudir a un psiquiatra o a un psicólogo ya que desconocen qué diferencia hay entre ellos.
Al margen de la respuesta que siempre encuentran (aquello tan cacareado de “que los psiquiatras son médicos y los psicólogos no”), yo siempre suelo explicar lo siguiente:
Digamos que el psiquiatra, por ser médico, puede recetar medicamentos… una amplísima gama de ellos… y encargarse de los aspectos más médicos de la salud mental. No obstante, esto no significa que el psiquiatra únicamente se dedica a “dar pastillas”; al contrario, muchos profesionales de esta especialidad tienen un gran interés en formarse en psicoterapias, siendo capaces de desarrollar terapias psicológicas sencillas.
El psiquiatra, por tanto, no sólo es “un pastillero” (o al menos no debe serlo), sino que es un médico especialmente formado para la escucha empática y la resolución de problemas del alma. Y las pastillas no son más que un parche para aminorar el impacto de unos síntomas que generan un impacto negativo en el día a día de quien los padece; el error está en pensar en que, como la medicación produce una mejoría rápida (más rápida que en una psicoterapia, quiero decir), es mejor que la terapia o equiparable a ésta.
El psicólogo es un profesional que también trabaja en el ámbito de la salud mental. No es ni mejor ni peor que el psiquiatra. No se encuentra ni por encima ni por debajo del psiquiatra; tampoco es un “subordinado” de este último. Simplemente, realiza un tipo de tratamiento diferente al farmacológico: la psicoterapia.
Y la psicoterapia tampoco consiste en ‘hablar por hablar’, sino en desentrañar la manera inconsciente de actuar del individuo, en hacerle ver de qué forma afronta sus problemas y en ayudarle a resolverlos de otras maneras diferentes a las que ya está acostumbrado. Obviamente, a esto se llega hablando (ojo, que con el psiquiatra también se debería hablar, y no sólo de síntomas o efectos secundarios!) y realizando una serie de tareas para poner a prueba las habilidades que poco a poco se van adquiriendo, de tal manera que puedan afianzarse e integrarse en el nuevo comportamiento del individuo; así pues, la psicoterapia requiere una actitud activa del paciente, puesto que los resultados no son inmediatos sino más bien progresivos aunque más consistentes en el tiempo.
Y el término ‘complementario’ es importante. Como siempre comento, en las enfermedades más comunes y de carácter transitorio los psicofármacos no son más que un parche para paliar el sufrimiento: si me corto reiteradamente con una hoja de papel, ponerme una tirita me ayudará a contener la hemorragia y a establecer una barrera que evite la infección de la herida, pero no me enseñará a coger bien el papel para no cortarme. Pues bien: digamos que ‘las pastillas’ son la tirita, que por una temporada está bien, pero en realidad lo que evitará que continúe cortándome será aprender a coger el folio con mayor cuidado; y ésta es la tarea del psicólogo. Claramente, ponerme una tirita y realizar el aprendizaje, supondrá un remedio mucho más completo para mi problema.
Por tanto, psiquiatras y psicólogos somos profesionales de la salud mental que trabajamos sobre entidades que afectan al alma, abordando las dolencias de forma diferente y complementaria: en conjunto, mientras actuamos sobre los síntomas más invalidantes disminuyendo el malestar, se enseña al sujeto cuáles son los fallos de su conducta que es necesario modificar por constituir la base de su problema, y mientras progresivamente se va retirando la medicación (en caso de que haya sido necesario introducirla), el individuo va poniendo en práctica las herramientas que aprende en la terapia para afrontar su día a día bajo supervisión del profesional, hasta el momento del alta.