03/10/2017
La palabra estigma hace referencia, según su definición, a “una marca o señal en el cuerpo, especialmente impuesta con un hierro candente como signo de esclavitud o de infamia” o a “una marca o señal sobrenatural que aparece en el cuerpo de algunos santos y que es signo de su participación en la pasión de Jesús”.
Sin embargo, cuando coloquialmente hablamos de estigma se olvida mencionar el rechazo que sufren las personas afectadas por una patología mental por parte de una gran parte de la sociedad.
Si bien es cierto que hoy en día parecen haber menos reticencias a acudir a la consulta de un experto en salud mental (bien sea éste un psicólogo o un psiquiatra), aún es frecuente que las consultas se inicien con un “yo siempre pensé que los que vienen al psiquiatra es porque están locos”.
Las enfermedades mentales, especialmente aquellas más graves, asustan mucho a la sociedad y ello es debido, en gran parte, a la pésima publicidad que se hace de ellas. Las personas que padecen esquizofrenia, por ejemplo, son los que más pueden hablar al respecto: un diagnóstico de este calibre en muchas ocasiones lleva aparejado una merma del círculo social, mayor dificultad para el acceso a un puesto de trabajo, mayor riesgo de exclusión social, marginalidad y posibilidad de delinquir. A esto hay que añadir la mala publicidad (y poco ajustada a la realidad, de paso) que se les hace, describiéndoles poco personas violentas y agresivas; basta con ver las noticias escabrosas en las que se mencionan las palabras esquizofrenias o psicosis. Si verdaderamente fuesen figuras tan violentas y perversas, habríamos sido testigos del incremento de las tasas de agresiones cometidas por personas enfermas, y no ha sido ese el caso.
Otros trastornos, sin embargo -y muy probablemente por su elevada frecuencia- no son tan mal vistas y quienes las padecen no están tan mal tratados por la sociedad. Es el caso de la depresión. Parece socialmente más aceptable padecer un síndrome depresivo antes que cualquier otra forma de “locura”.
Por todo esto, los esfuerzos de los profesionales de la Salud Mental desde los años 80 hasta la actualidad se han centrado en que las personas con una enfermedad mental -especialmente aquellos con enfermedades más severas- sean atendidas en la comunidad como el resto de las personas, y no es centros aislados donde se les recluía y se les relegaba al olvido. Desde la comunidad, estas personas pueden demostrar que tienen sentimientos y emociones como el resto de nosotros y pueden luchar por un día a día más digno.