11/14/2017
Un número significativo de los pacientes a los que atiendo en cualquiera de mis consulta suelen empezar la visita con la frase “es que no sé si esto que tengo es razón para venir aquí”. Siempre les digo que si se trata de un conflicto que les crea problemas en su día a día, está bien pedir ayuda a un profesional.
La figura del psiquiatra siempre se ha asociado al tratamiento de “la locura” y a los manicomios. Como el profesional de aquellas personas con perturbaciones graves que impiden que el paciente lleve a cabo una vida normal. Indefectiblemente, la mente se nos va a aquellas películas en blanco y negro en las que los enfermos se encontraban encerrados bajo llave, en habitaciones acolchadas y recibiendo ocasionalmente descargas eléctricas y altas dosis de insulina.
Afortunadamente, la ciencia médica ha avanzado y, con ella, también la psiquiatría. A diferencia de aquellas películas, disponemos de medicaciones lo suficientemente efectivas como para mejorar los síntomas de los pacientes y su calidad de vida.
Asimismo, también se han conseguido desarrollar tratamientos (farmacológicos y terapéuticos) lo suficientemente efectivos como para abordar cualquier clase de sufrimiento del alma.
Con la evolución de la medicina el profesional de la psiquiatría ha conseguido pasar de una figura pasiva que registraba la inexorable evolución de una enfermedad mental, a un rol más activo: el profesional que indaga las causas de un malestar, que busca cómo detener el sufrimiento y evitar que este persista para que quien lo padece, recobre su salud y su seguridad. Por tanto, cualquier clase de sufrimiento emocional es susceptible de ser atendido en una consulta -de un psicólogo o de un psiquiatra-, de ser examinado y de ser abordado con las estrategias que se consideren necesarias.
Es cierto que en muchas ocasiones la persona que acude a la consulta no padece propiamente una enfermedad, sino que se encuentra en una fase de adaptación muy dolorosa para la que necesita acompañamiento, consuelo o nuevas herramientas. Es el caso de los duelos, por ejemplo: procesos en los que el sujeto se encuentra rehaciendo su vida tras una pérdida importante, siendo perfectamente lógico y esperable que nos encontremos anímicamente afectados.
Cuando Lorena acudió a la consulta, explicaba que se encontraba muy triste y no paraba de llorar todos los días desde hace dos meses, con dificultades para dormir (describe su sueño como ‘ligero’, se despierta con facilidad y suele tener sueños muy reales). Incluso confiesa que en ocasiones tiene el temor de ‘estar volviéndose loca’ porque cree ver a su madre recientemente fallecida cuando va andando por la calle.
La madre de Lorena falleció hace precisamente dos meses; ella estaba muy apegada a ella, siempre iba a comer a su casa, pasaban mucho tiempo juntas. La echa mucho de menos y extraña poder llamarla a diario para contarle las cosas buenas que le ocurren.
Sin embargo, explica que aunque aún se encuentra muy afectada, estaba peor el mes pasado. “Parece que me voy haciendo a la idea aunque me resulta muy difícil”, dice.
En efecto, Lorena está procesando el fallecimiento de su madre, está reconstruyendo su vida asumiendo la ausencia de una persona que representaba un pilar significativo en su vida. ¿Debemos considerar esto ‘enfermedad’?.
Desde luego, Lorena padece un gran sufrimiento, pero la ayuda que necesita es más bien un acompañamiento y un soporte en esa transición dolorosa y no un antidepresivo. Este lo dejaríamos para el hipotético caso de que no consiguiese completar las fases del duelo y rehacer su vida.
Así pues, ¿cuándo debo acudir a un psiquiatra?. La respuesta es sencilla: siempre que sufra mi alma, cuando padezcas un sufrimiento emocional. Quizás el profesional decida darte un tratamiento o quizás no, pero sí te escuchará, te aconsejará, te acompañará y te planteará soluciones encaminadas a que te encuentres mejor.