01/12/2018
La mayor parte de las personas que acuden a mi consulta, vienen por un problema de ansiedad, por depresión o ambos simultáneamente.
En los tiempos que corren, ambas alteraciones son, por decirlo así, ‘habituales’: todos conocemos a alguna persona que está más nerviosa como consecuencia del elevado nivel de estrés al que estamos sometidos en todos los ámbitos de nuestro día a día, o incluso que se encuentran afectados anímicamente con o sin un motivo aparente.
Es evidente que no todos los casos son subsidiarios de una tratamiento psicofarmacológico; en las guías de práctica clínica que guían el proceder de los profesionales se establece que en los casos con sintomatología leve un tratamiento psicofarmacológico no siempre es necesario. Sin embargo en casos ya más graves -aquellos que clasificamos como moderados y graves- la medicación sí ayuda, ya sea sola o acompañando a una psicoterapia.
Cierto es que en los tiempos en los que nos encontramos y con los avances que hemos conseguido -no sólo en el ámbito de la psiquiatría sino el de la medicina en general-, disponemos de un amplio arsenal de tratamientos para paliar casi cualquier tipo de síntoma.
Esto, y la alta presión asistencial a la que los médicos (con independencia de la especialidad) se ven sometidos y que obliga a resolver con rapidez los problemas que los usuarios explican, han llevado al aprendizaje popular de que la medicación es la solución más inmediata a casi cualquier cosa, incluso a situaciones normales del día a día.
Este es uno de los motivos que se esconden tras el incremento del uso de antidepresivos en las últimas décadas, hasta el punto de convertirse en una familia de fármacos que más se emplean en la actualidad.
Entonces, ¿Cuándo es necesario el uso de medicación?
Lo primero que debemos tener claro es que un tratamiento debe ser una herramienta que nos ayude a paliar o erradicar los síntomas de una enfermedad.
Como es lógico,los seres humanos reaccionamos a lo que ocurre a nuestro alrededor, no sólo emocionalmente sino también químicamente; y esas alteraciones químicas son las que pueden traducirse en síntomas clínicos de relevancia, algunos de los cuales habituales forman parte de un proceso normal (por ejemplo en el duelo, en los que tienden a remitir solos al cabo de un tiempo), y otros no.
Son, los síntomas clínicos de relevancia que no forman parte de procesos normales y transitorios, los que se benefician de la instauración de una medicación.
¿Qué debemos esperar de la medicación antidepresiva?
Un antidepresivo no deja de ser una molécula química diseñada para conseguir ‘poner un poco de orden’ en la neurotransmisión cerebral. Es decir, su finalidad bioquímica consiste en normalizar el funcionamiento del sistema nervioso central.
Muchos de mis pacientes me habrán escuchado decir más de una vez que “si me están ocurriendo muchas cosas en mi día a día que me esta costando gestionar, de modo que me siento emocionalmente sobrecargada, el antidepresivo aliviará mucho mis síntomas incluso hasta el punto de volver a sentirme la persona de siempre; no obstante, si mi entorno no se ha modificado y los estresores continúan estando allí una vez retire la medicación, si no he aprendido a lidiar mejor con todo lo que me rodea, es posible que vuelva a verme en medio de un torbellino emocional”.
Un antidepresivo, pues, ayuda a aliviar los síntomas y conseguir la recuperación al corregir el aluvión de cambios químicos que provocan los estresores externos, a los que los humanos no somos inmunes como ya sabemos.
¿Tengo que tener miedo de los antidepresivos?
Los antidepresivos son moléculas químicas que actúan sobre el sistema nervioso central. Y esto es algo a lo que las personas -y así me lo transmiten mis pacientes continuamente en consulta- tienen miedo.
Y es que son muchas las cosas negativas que se dicen sobre los antidepresivos: que si modifican la personalidad, que si cambian la manera de pensar de las personas, que si tienen muchos efectos secundarios, que si causan adicción…
Es difícil creer que una pastilla pueda modificar o la manera en la que una persona piensa o funciona (de hecho, no lo hacen: por eso “si el entorno no se ha modificado, aunque me haya recuperado, si no he aprendido a gestionar los estresores de otra forma puedo verme abocada a volver a encontrarme mal” ), aunque sí ayudan a conseguir que pensemos menos en aquello que nos está haciendo daño y de esa forma nos distanciemos emocionalmente de lo que nos preocupa tanto y consigamos un espacio para recuperarnos".
Sobre la adicción, y como ya comentaba en una publicación anterior, al retirar estos tratamientos (especialmente si no se retiran en el plazo de tiempo adecuado o de la forma correcta), más que un síndrome de abstinencia lo que podría ocurrir es un síndrome de retirada; pero son cosas distintas y su explicación también es diferente.
Los antidepresivos son medicamentos que actúa sobre el sistema nervioso central, y como todos los medicamentos que actúan sobre el sistema nervioso central, es decir, sobre el ‘jefe’ del resto del cuerpo, los cambios que puede provocar especialmente al empezar a notarlos, se notan en el resto del cuerpo.
Cierto es que al empezar a tomar antidepresivos puedo experimentar molestias gástricas, dolor de cabeza, o incluso un poco más de ansiedad; todo esto desaparecerá al cabo de unos días. Lo mismo podría pasar al retirar el tratamiento (como decía, especialmente si se retira antes de tiempo o de forma inadecuada). Estas molestias son la traducción de los cambios que realizo en la neurotransmisión gracias a la medicación, y que se recuperan.
Así pues, es importante ver a los antidepresivos como una medicación más dentro del amplísima farmacopea, y que con una buena supervisión médica no representan ningún problema al que temer.