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El peso de la autoexigencia

03/16/2018

Ciertamente los tratornos afectivos como la depresión y la ansiedad son los más abordados desde las consultas de Salud Mental; ello es así porque se trata de patologías extraordinariamente frecuentes en nuestro entorno, y sus causas muy diversas.

¿Qué factores contribuyen a que estos trastornos sean cada vez más habituales?. Empecemos.

El peso de la autoexigencia

Más allá de las variables genéticas que pueden facilitar que unas personas tengan más propensión que otras a desarrollar trastornos afectivos del tipo que sean, también han de presentarse una serie de variables ambientales que se constituyan como un detonante para la aparición de los síntomas y de la enfermedad en sí.

Podemos considerar variables ambientales todo aquello que tiene relación con lo que nos ocurre (vivencias y situaciones) y con cómo somos, como nuestra propia personalidad y nuestras estrategias para afrontar el estrés.

Precisamente son las variables ambientales de las que vamos a hablar en este y sucesivos posts, ya que juegan un papel muy importante y repetitivo en el desarrollo de los trastornos afectivos.

Empecemos con un caso clínico habitual

Ana -nombre ficticio, por supuesto- acude a mi consulta por primera vez por una serie de síntomas que, desde hace varios meses, le resultan cada vez más molestos: primero empezó a dormir mal, apareciendo en primer lugar dificultad para conciliar el sueño que posteriormente fue evolucionando a múltiples despertares a lo largo de la noche; gracias a esto, por las mañanas se levanta muy cansada, “peor que cuando me fui a dormir”; además, se nota muy tensa y han reaparecido las contracturas en la espalda y en la mandíbula, por lo que está teniendo que tomar Diazepam como relajante muscular. Al insomnio se sumó una progresiva sensación de angustia, de nerviosismo, llegando incluso a notarse mareada o con náuseas, descomposición intestinal y con dolores de cabeza frecuentes.

En su casa también se notaba extraña, mal: cada vez más irritable, malhumorada, con menos paciencia para tolerar las travesuras de sus hijos -ambos pequeños-, con los que siempre se mostró cariñosa y tolerante. “Estoy más gris, no me reconozco. Parece que no tolero a nadie, siempre estoy gruñendo. Cuando llego a casa, pierdo la paciencia con los niños y con mi marido con más facilidad.”

Hasta este punto, seguro que muchos de los lectores se identifican con la situación que le ocurre a Ana. Desde luego, se trata de una historia que escucho casi a diario en mi consulta.

Cuando ahondamos en la situación de Ana, ella explica que tiene la sensación de estar todo el día en un torbellino de actividades y que se nota cada vez más sobrecargada.

Su propia actividad laboral es muy exigente: trabaja en una empresa que año tras año se marca objetivos más altos y demandantes; ella se esfuerza por cumplirlos, tiene que ser la mejor, siempre ha sido la mejor en su trabajo y no puede dejar de serlo. Y si ya se encontraba muy atareada con su habitual carga de trabajo (“el trabajo que me corresponde a mí y la supervisión que realizo a otros compañeros,porque sino el trabajo no sale como tiene que ser” dice Ana) e intentando mantener el ritmo de crecimiento de los últimos años, todo empeora drásticamente cuando uno de sus compañeros inicia una baja y ella asume sus funciones. En un inicio no creyó que fuese a afectarle, confiada como estaba en sus capacidad de resolución de problemas; pero pronto empieza a dormir peor, se nota más lenta en la ejecución de sus funciones, tiene la sensación de que su rendimiento no tiene la calidad de siempre “y no sé qué me pasa, porque parece que no soy capaz de gestionar las cosas como siempre. Yo, que siempre soy resolutiva y tengo soluciones para todo”.

¿Qué le pasa a Ana?

Podemos definir a Ana como una mujer autoexigente, perfeccionista y con necesidad de ejercer un control sobre su entorno; muy probablemente estas cualidades han hecho de Ana una de las mejores y más valoradas trabajadoras de su empresa, pero en la medida en la que las obligaciones de esta paciente han ido aumentando en los últimos meses hasta niveles superiores a los habituales, su capacidad para poder manejar la situación a su gusto se ha ido viendo limitada, hecho que le ha superado hasta el punto de ocasionarle un trastorno de ansiedad.

¿Cómo la autoexigencia y el perfeccionismo pueden desembocar en ansiedad o depresión?

Cuando en una persona confluyen en mayor o menor medida la tendencia al perfeccionismo, la necesidad de controlar todos y cada uno de los factores que pueden influirle, una elevada autoexigencia y la necesidad de cumplir con las expectativas del entorno, normalmente encontramos situaciones como la que le ha ocurrido a Ana.

Vaya por delante que no está mal ser una persona autoexigente y con ánimos de hacer las cosas lo mejor posible, ¡faltaría más!. La aspiración a ser y funcionar cada día mejor es una fuente de motivación que nos ayuda a ponernos en movimiento. Pero cuando la autoexigencia, el perfeccionismo, la necesidad de control y de satisfacer al otro se establecen como rasgos muy marcados de los que no se es consciente, quienes los presentan corren el riesgo de perder la perspectiva de los propios límites personales.

Hablemos un poco más de la autoexigencia y el perfeccionismo.

– Una persona muy autoexigente tiende a infravalorar su esfuerzo y sus resultados. Dicho de otro modo, lo que es bueno y aceptable para otras personas, para mí no lo es (que mis amigos consigan calificaciones entre los 8 y 9 puntos es genial, ellos son estudiantes ejemplares; para mí no es lícito -incluso es un drama- obtener una calificación inferior al 9,5). Esta diferencia en la apreciación de los resultados no es consciente, simplemente surge de la sensación del individuo de podía haber hecho mucho más, y ello -como es lógico- puede desembocar en el desarrollo de sentimientos de culpa o incluso de fracaso, que son totalmente infundados.

  • Es importante añadir que es muy distinto pensar que podía haber hecho más de lo que hice a voy a intentar hacer algo más de lo que soy capaz de hacer normalmente; mientras que el primero es un razonamiento de un individuo autoexigente y que quizás tiene una idea un tanto difusa sobre cuáles son sus límites, el segundo es de una persona con motivación para superarse. Mientras el segundo es un pensamiento más positivo, el primero deja un regusto negativo a quien lo escucha.

– Y ¿qué intentamos conseguir con la autoexigencia?. La perfección de nuestro trabajo. Evidentemente no es un pecado intentar hacer las cosas lo mejor posible; pero ¿podemos alcanzar la perfección?.

Seguro que si le preguntamos a Miguel Ángel Buonarroti si considera que su escultura La Piedad es una obra maestra y claro ejemplo de perfección, él sería capaz de señalarnos múltiples defectos en la pieza que escapan a nuestros ojos.

¿Cuándo tenemos un problema?
El bucle de la perfección

Sobrevalorar las capacidades propias y/o infravalorar los límites y limitaciones pueden significar, en una persona autoexigente y perfeccionista, pedirse a sí mismo más de lo que realmente es capaz de dar.

En la cotidianidad del individuo es posible que estas características de personalidad no tengan mayor repercusión salvo una mayor tendencia a experimentar ansiedad - esto es lógico si consideramos que las personas más perfeccionistas o que se piden más a sí mismas no hacen más que añadirse cada vez más presión; presión que precisamente por esa tipología de personalidad les es difícil de gestionar.

Pero cuando aumentan las variables a gestionar y las obligaciones (en el caso de Ana, cuando el nivel de trabajo es muy superior al habitual), el individuo se da de bruces con la realidad: existen los límites, a veces no es posible dar más de uno mismo, la perfección no existe, hay situaciones que escapan a nuestro control y son más de las que desearíamos.

Cuando el perfeccionismo y la autoexigencia están exacerbadas y las variables que gestionar son cada vez mayores, el individuo empieza a paralizarse, a frustrarse ante la posibilidad insospechada de no ser capaz de reconducir el estado de las cosas; lejos de asumir que se encuentra inmerso en una situación que excedía su capacidad de gestión desde un principio, empieza a sentirse culpable ante la perspectiva de no ser capaz de ejercer un adecuado nivel de control. La aparición de la ansiedad no hace más que empeorar las cosas: la propia sintomatología de este cuadro interfiere con sus posibilidad de salir adelante y ello incremento el sentimiento de culpabilidad y de fracaso, que no hacen más que socavar el autoestima de quien antaño se consideraba muy resolutivo y puntilloso.

Esto explica lo que le ocurrió a Ana: no sólo realizaba su trabajo habitual sino que ya habitualmente tendía a cargarse con más trabajo del propio por colaborar con sus compañeros o por la aplicación de aquel dicho de ‘si quieres algo bien hecho, hazlo tú’. Esta cantidad de trabajo ya resultaba habitualmente excesiva, pero ella lo toleraba aceptablemente bien; no obstante, la ansiedad aparece cuando ella asume más trabajo del que realmente es capaz de gestionar, sumándose poco a poco todo un cortejo de síntomas, derivado de la persistencia en una conducta (intentar mantener el mismo nivel de trabajo de siempre a pesar de la elevadísima carga) sin modificar nada en su comportamiento habitual (priorizar el trabajo más urgente, por ejemplo)

El perfeccionismo, la autoexigencia, la necesidad de establecer un control constante… son características muy extendidas y habituales que forman parte de lo que llamamos personalidades obsesivas (personas meticulosas, rigurosas, muy organizadas, hipercumplidoras e hiperresponsables). Y aunque son rasgos que, con una buena introspección y bien empleados, pueden conducir al éxito de la persona, la poca conciencia sobre ellos puede predisponer a quien los presenta a experimentar frecuentes problemas de ansiedad y depresión.