06/18/2018
La depresión es una dolencia que ocasiona mucho desconcierto no sólo en quien la padece sino también en quien le rodea. No todas las personas aciertan en la manera de prestar ayuda a quien se encuentra mal, no siempre acertamos con nuestros intentos por reconfortarle ni somos capaces de comprender lo que le sucede.
Soy de las profesionales que creo firmemente que en una consulta de Salud Mental es fundamental no sólo prestar apoyo a quien acude en calidad de “paciente” sino también a su entorno más cercano, que casi siempre se encuentra perdido en un mar de dudas y confusión.
Con bastante frecuencia los profesionales nos vemos abordados por multitud de llamadas y mensajes de los allegados del paciente, con la mera intención de ponernos en conocimiento de sus dudas y de sus impresiones sobre el estado y evolución de su ser querido. Y al margen de la gran utilidad es todo este aluvión informativo, las frecuentes discrepancias entre los comentarios que se nos hacen llegar muchas veces no son más que el reflejo de la negación de la situación o incluso de la incertidumbre que atraviesan esos familiares, desconcertados ante el cambio de su ser querido - al que encuentran a veces irreconocible - y del desconocimiento de la propia enfermedad y de qué manera pueden ayudar.
Datos básicos para entender la depresión:
¿En qué consiste la depresión?
En palabras de la propia Organización Mundial de la Salud, la depresión “es un trastorno mental frecuente, que se caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración.
La depresión puede llegar a hacerse crónica o recurrente y dificultar sensiblemente el desempeño en el trabajo o la escuela y la capacidad para afrontar la vida diaria. En su forma más grave, puede conducir al suicidio. Si es leve, se puede tratar sin necesidad de medicamentos, pero cuando tiene carácter moderado o grave se pueden necesitar medicamentos y psicoterapia profesional.”
¿Qué empezaré a notar en mi ser querido?
No todos los afectados por una depresión manifiestan los síntomas de la misma manera, ni quienes le rodean tienen capacidad para identificar signos de alarma como parte de un cuadro clínico concreto.
El desarrollo de una depresión comportará un progresivo cambio en el comportamiento y rutinas habituales de quien la sufre, y que se harán haciendo cada vez más evidentes en la medida que el malestar se intensifica. Por eso, a medida que el individuo se va encontrando peor (le va siendo más costoso mantener su funcionamiento habitual), será más evidente que algo ocurre y empezaremos a atar los cabos sueltos.
La interpretación que demos de esos cambios dependerá, en gran medida, de nuestra sensibilidad, capacidad de observación, empatía y conocimientos previos sobre las alteraciones del estado anímico. Por decirlo de otra manera:
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si quien empieza a detectar los cambios nunca ha estado en contacto con personas deprimidas o tiende a minimizar o no creer que la depresión existe como enfermedad, es más probable que interprete el nuevo contexto como “es que se está volviendo vago, no quiere hacer nada, si le dices algo se molesta porque no le gusta escuchar las verdades, lo que tiene que hacer es ponerse a trabajar o buscar algo que hacer”… entre otras frases.
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por el contrario, si quien detecta que algo le ocurre a su ser querido tiene más “experiencia” y/o paciencia para ahondar en sus sentimientos, verá que lo que le ocurre es que está más bajo de moral, con menos fuerza o energía, durmiendo peor, más desbordado, más cansado, etc.
Evidentemente, las interpretaciones que podemos dar a lo que vemos son tremendamente variables, pero en general y a grandes rasgos lo que resultan señales de alerta son la pérdida de la energía, mayor agotamiento (a nivel físico, en el umbral de tolerancia, en la paciencia), los cambios en la rutina, incluso cierta dejadez o abandono en distintas áreas y actividades del día a día.
¿La personalidad de mi ser querido influye en sus síntomas?
No existen enfermos, sino enfermedades. Y esta sencilla frase que tanto se nos repite a lo largo de la carrera de Medicina sirve para ilustrar que todos y cada uno de nosotros vive y expresa las enfermedades de manera distinta; ello se debe, en buena medida, a nuestra personalidad y a la manera en la que nos relacionamos con nuestro entorno.
Las enfermedades mentales -entre ellas la depresión- no van a ser menos: ser una persona más positiva o más negativa, más amable o más hostil, de mejor carácter o más huraña, mas introvertido o más extrovertida… son características personales que al final del día harán que cada depresión sea diferente de un individuo a otro. Así, por ejemplo:
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quien normalmente es más huraño, la manera en la que externaliza su tristeza probablemente le hará parecer que está permanentemente enfadado;
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una persona más introvertida parecerá mucho más callada de lo habitual;
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una persona generalmente amable y colaboradora dará la sensación de estar cada vez más desbordada y probablemente verbalizará mayor cantidad de sentimientos de minusvalía o inutilidad…
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una persona con un fuerte carácter continuará presentando mucho genio y probablemente su relación con el entorno será aún más complicada.
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una persona previamente pesimista, estando deprimida se mostrará mucho más pesimista si cabe.
¿Cómo se ve a sí misma una persona con depresión?
Sólo las personas que han atravesado por una depresión son capaces de dar una respuesta aproximada a esta cuestión (y digo “aproximada”, porque cada persona vivencia de la depresión es distinta para cada enfermo). El resto de personas necesitarán una gran empatía y/o mucho roce con personas deprimidas para poder hacerse una vaga idea de cómo puede estar sintiéndose ese ser querido afectado por una depresión.
Puede que externamente sólo tengamos la sensación de que nuestro ser querido está más alicaído, quizás más callado, más “cansado” o agotado, un poco más esquivo en la interacción con su círculo social habitual. En muchísimos casos, el individuo que atraviesa una depresión es capaz de continuar realizando (no sin bastante dificultad, eso te lo aseguro) sus actividades habituales del día a día: va a trabajar y funciona más o menos como siempre, se comunica con relativa normalidad, sale, realiza sus actividades domésticas como casi cada día…
Pero eso es lo que se puede ver desde fuera. El esfuerzo por mantener esa aparente normalidad y nivel de actividad, por cumplir con las actividades del día a días… progresivamente es mayor. Lo que antes se hacía de manera rutinaria, con la depresión se hace un mundo.
Y en la medida que la depresión progresa, quien la sufre experimenta la sensación de cada vez mayor incapacidad para sobrellevar las cargas y tareas cotidianas. Las comparaciones con el “yo cuando estaba bien” y el “yo deprimido” son cada vez más frecuentes y odiosas: el “yo deprimido” es menos hábil en la resolución de problemas, teme al mundo, está más desmotivado y desilusionado… Es la imagen totalmente opuesta al “yo cuando estaba bien”.
Este aluvión de sentimientos y sensaciones, todas ellas negativas, hacen que la persona deprimida finalmente se vea a sí misma como alguien gris, inútil, incapaz de generar alegría a su alrededor; al contrario, se siente como un sujeto que no hace más que preocupar a su entorno, que seguramente -piensa- estaría mejor sin ella.
¿Qué espera de mí una persona deprimida, cómo puedo ayudarla?
Cuando queremos a una persona y sabemos que está pasando por un momento difícil, es natural desear ayudarle a salir adelante y restablecerse. Pero querer ayudar no es suficiente, hay que saber cómo hacerlo, y esto es en lo que normalmente cometemos errores: en el cómo prestarles esa ayuda, ya que muchos de nuestros actos bienintencionados pueden producir el efecto contrario.
Como es lógico, nuestra tendencia natural siempre será extender frases de ánimo y consuelo a quienes vemos más decaídos y desilusionados. Y en las personas con depresión, además, cuando los pensamientos negativos les embargan, habitualmente hacemos denodados esfuerzos por hacerle ver la irracionalidad y falsedad de esos sentimientos y para convencerles de que las cosas no son tan negras como las ven. Sin embargo, todas estas son medidas contraproducentes que debemos evitar a toda costa porque no hacen más que incrementar la percepción de “nadie me comprende”, de soledad , de tristeza vital, de culpabilidad por la preocupación que se genera en los allegados… y más en especial la sensación de frustración
Las frases de consuelo no resultan útiles porque la tristeza vital propia de la depresión, en la mayoría de casos, no tiene una base real que la sustente ni justifique: no se origina del desánimo en sí mismo, incluso puede decirse que más bien el desánimo proviene de esa tristeza y de la pérdida de energía y de ilusión.
Nuestro esfuerzo por ayudar a quien experimenta esta terrible enfermedad deben ir encaminados a que nuestro ser querido:
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Se sienta valorado.
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Sienta que le damos importancia a lo que nos comenta, intentando no demostrar nuestra alarma.
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Sienta que escuchamos sus problemas y sus sentimientos, sin juzgarlos ni intentar corregirlos o solucionarlos.
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Sienta que nuestra actitud es cercana y amorosa.
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Se sienta. Que hay alguien dispuesto a estar a su lado, respetando sus tiempos y espacio.
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Note que reforzamos positivamente los esfuerzos que realiza y las cosas que lleva a cabo con grandes dificultades.
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Note que intentamos ser pacientes y cariñosos. Aunque en ocasiones resulte difícil, es importante no dejar ver nuestra impotencia o frustración.
La paciencia, el refuerzo positivo constante y el cariño son las claves.
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Algunas lecturas recomendadas:
- “Adiós, depresión”, de Enrique Rojas
- “La depresión es contagiosa”, Michael Yapko
- “Momentos de lucidez. Cómo superé mi depresión”, Helios Edgardo Quintas